sábado, 29 de noviembre de 2008

El último deseo


En esta época de incertidumbres y vacíos, en que vivimos en la búsqueda de un placer insaciable, tenemos un magro consuelo a nuestra esterilidad. Si las revoluciones se han hecho para construir la historia y ésta es sólo el lujurioso transitar en búsqueda de la duración del hombre como dominador de la naturaleza, ciertamente, podemos afirmar que la razón del hombre, eyectado en esta tierra, ha sido cumplida. Afirmación que puede sonar disparatada a los oídos del profano oyente que no comparte nuestros desvelos y las lecturas que en ellos hicimos. Más, y a riesgo de acabar antes de comenzar, debemos apresurarnos en dar por concluida la jornada dura y vindicar con fervor argentino el magno invento de sones helénicos llamado por el vulgo Viagra y Sildenafil por los científicos.

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Afirmar que el hombre ha conseguido el pináculo de su esencia en la forma de una elíptica o redonda insignificancia azulada, rosada, o naranja ha de sonar exagerado. Más no para aquel que dejando inútiles prejuicios se ha dejado llevar en los brazos de las sirenas del progreso. Con el fin de ilustrar nuestra fugaz afirmación de que en la historia del hombre no ha habido otro objeto que el de asegurar la rígida y permanente consistencia del perfil masculino es que hemos indagado en la prosaicas bibliotecas que del tema en abundancia se han erigido.
Dice Frigio (Trestise of Human Nature: 696), siguiendo en estos las afirmaciones de Zoofilipo, en los que se salvaran del incendio de Alejandría, que en las alegóricas metáforas de Zeus persiguiendo en forma de toro blanco a las náyades, ninfas y toda otra deifica presencia femenina podemos encontrar la cábala de una receta antigua destinada a la perduración de los sátiros deseos. Debía, para realizarse la formula, conseguirse el pelo de un toro blanco arrancado cuando este corre en la búsqueda de vacas de pelo amarillo. Posteriormente era menester recoger la tierra donde una ninfa hubiera posado la areola de su pecho siniestro. Conseguidos estos elementos se debían aunar en un cántaro con el producto de la lluvia de estrellas y tomarse al cabo de tres días, durante tres días lo que aseguraba tres noches de tres efectivas saciedades. Como se observa, lo del toro es difícil de conseguir, lo de la ninfa es verso épico y más dificultoso lo de la lluvia, por lo que Frigio jamás pudo demostrar la efectividad de su interpretación del mito.
En el fin de la alta edad Media, según Von Interruptior da Alsacia, por la zona de la Francia de Hoc florece un Romance con forma libre, que algunos sesudos investigadores del estilo y la métrica consideran antecedente de nuestra poesía Aguirriana. Fragmentos de dicho poema pueden encontrarse en el Apendix Maxime Cogiderorum. La obra se puede consultar en la biblioteca de la Sociedad Obrera de la pacifica Jujuy, pero sólo cuando la noche cae al final de agosto. Algunos de sus versos dicen:

Era agosto, viento en popa
y a toda vela
dos jóvenes los jardines
revolvían con deleite
buscando flores para amor.
Nardo, cardo por deseo
que a la cita no ha venido
extrañan con tormento.
Del suyo rostro femenino
salen gritos de aliento
Del suyo rostro masculino
es la primera vez, se escapa
La noche se agota
sin que la vela se levante;
Ella por caballero de espada
va en la búsqueda.
Él en boticario se convierte.

Ante las críticas a la escasa forma de romance del poema- son muchos los que aseguran su falacia- no responderemos; pues importa en él, en este caso, el contenido y no el continente. La historia trágica en que nos sumerge nos lleva de lo docilidad de la naturaleza a la indocilidad de la misma. Queda al final inconsumada la esperanza en que el joven encuentre en la profesión emprendida consuelo a su desdicha o que viva el tiempo de Matusalén para disfrutar de los progresos de la vida posmoderna.
Para no fatigar al lector solo agregaremos otra evidencia a nuestro argumento. Más cercana en el tiempo y el espacio es la prueba final de la retórica emprendida. Hemos escuchados en las voces de nuestros antepasados, de rostros en cobre cincelados, que en los fondos de las minas abandonadas por mineros despechados se encuentran las rocas del levante. Dicen los antes nombrados que cuando la luna se sonroja, los duendes descienden por los socavones de perdida virginidad para arrebatarle al Pan de Azúcar el último secreto. Son muchos los que han dejado la vida en sus recodos, pues aquella a la que llaman Pachamama no entrega sus dones por la fuerza; sino por el encanto de una copla bien rimada. Una copla, que será para desgraciada. Los duendes, pobres, comerciando han dado a cambio de un lugar en los libros de los niños la forma y el timbre de su voz a los hombres. Es por eso que el viento solo deja que lleguen hasta los labios del socavón y después los arrastra convirtiéndolos en arena. Por eso, la tierra está esperando que llegue un hombre que sepa su deseo para así llevarlo al fondo de su entraña y allí entregarle la piedra del levante. Dicen los ancianos que cuando ese hombre vuelva a flor de tierra y frote dos de las piedras del levante, escapara de ellas una chispa. El hombre deberá tomar en sus manos la chispa y mientras en su mano la tenga nunca fallará su deseo. Sólo que esa chispa quema y no puede ser sostenida si no es por la mano de un minero.
Todo lo que el desvelo por nosotros ha leído no hace más que confirmar nuestra tesis inicial. La esencia del hombre se ha sostenido por la búsqueda de un ideal que hoy en forma de pastilla puede ser realizado. O quizás no, quizás todavía estamos buscando algo que nos levante, endurezca, fortifique por algo más que tres veces en tres días.


Carlos "Tuta" Albarracín



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