Por una vez más estoy esperando, en la terminal de Abra Pampa, que llegue el colectivo y mientras, el viento me mete en la nariz el fastidio de arena que le provoca la gente. La gente espera, algunos con desgana ¿y acaso se puede esperar de otra forma? Y otros con resignación, que si fuera yo un poeta o filósofo urbano quizás diría “con la resignación que el tiempo le ha dado a la raza milenaria de mi tierra”. Por suerte, ya no pienso y sólo espero y desespero. De tal modo, me evito reflexionar sobre una raza que no conozco y una resignación que me inventaron. Por suerte para mí, y mi empalago de postales puneñas, un machao se acerca soplándoles su deseo a las pocas mujeres que aún aguardan, y mirando con cara de ojete a los hombres.
Viste como todo machao viste después de horas de cerveza y se confirma que no es la muerte la única igualadora, sino que un buen pedo también hace a todos los hombres parejos. Yo no lo miro, pues soy de aquellas personas que atraen a los machados como la mosca a la miel, y la verdad que no tengo mucha paciencia en este día. Sin embargo, y pese a mis gestos desalentadores se me acerca nomás. Con voz acervezada me dice:
- (M)Qué tiempo loco…
- (S)Mm…
- (M)Qué le parece este tiempo?
- (S) (como soy, en el fondo, un tipo amable le respondo y capaz, aunque lo dudo, se las tome) Sí, es un tiempo de mierda.
- (M)¿Y usted hace mucho que espera?
- (S) Lo suficiente….
- (M) Sí. El tiempo es loco.
- (S)Mm. Sí está cada vez más loco. Debe ser por la contaminación.
- (M) Al tiempo no lo afecta la contaminación. Son los hombres.
- (S) Y, sí. Es que no tenemos conciencia.
-( M) Justamente, ése es el problema, que somos demasiado conscientes.
- (S) Nooo, si tuviéramos conciencia no pasaría lo que pasa.
- (M) Es que el tiempo siempre pasa.
- (S) ¿?
- (M) Mírese usted, meta mirar el celular, para ver cómo se le pasa el tiempo.
Y después se fue… el muy hijo de puta.
Segunda escena
En un bar en los altos de una feria del centro de Jujuy, galería con ambición de shopping, pero feria nomás, tengo en frente de mí dos intentos de filósofos con un exceso de cerveza. La discusión se ha trascendido a sí misma como toda charla furiosa de machados y de la situación de la literatura y el arte en general en una pequeña ciudad en el margen del margen se ha pasado al destino, al libre albedrío
y a la posibilidad de elegir. Entre chicanas y un uso desatinado de los diversos autores que la humanidad ha procreado, la discusión entra in crescendo.
Afuera llueve, la ventana del bar da a la calle, en la ciudad la lluvia se queda como si no tuviera otra cosa que hacer u otro lugar que visitar. Olores nuevos y viejos invaden las veredas y una humedad rancia como el tiempo, el mal tiempo, va verdeando las paredes.
Por suerte, las mujeres no dejan que el agua arruine la oportunidad de lucir las prendas que la industria ha pensado para el verano. Telas que confunden la piel, escotes sinuosos, indiscretos pantalones; todos adjetivos unidos al deseo que se pasea por las calles, inspirando a poetas y albañiles. Por las galerías de los shoppings jujeños, pasean su primor mujeres de toda laya y edad y no saben, pobres doncellas, que en un recodo del camino las pueden estar esperando masculinos ejemplares que sólo quieren llevarse como un trofeo, su pureza.
Estoy pensando si no sería mejor dejar a estos machados y su discusión e irme a mirar algunos trastes por ahí. Pero por lo que se ve: la lluvia no afloja. Entre unos autos, un vendedor algo ofrece y por la vereda del frente avanza una de esas mujeres que no quita el aliento, pero que merece ser mirada. El busca también va a esa vereda. Si mi geometría no está equivocada, los pasos de uno y otro, mujer y hombre, se encontrarán en un punto donde las rectas no escapan. Los machados ya están gritando y el mozo se acerca a pedirles compostura. Casi al borde del encuentro, afuera, en la lluvia, ellos se miran y no detienen sus pasos. Un machado dice que no es posible decidir y el otro porfía que sí. Un auto pasa, pisa un bache y moja a la mujer. Una viejita llama a los gritos al vendedor. Cada uno, hombre y mujer, toman otra recta y cupido se guarda la flecha, el carcaj y se viene a tomar otra cerveza conmigo. Uno de los machados introduce el tema de la existencia de Dios.
Tercera escena
Para variar estoy esperando un colectivo, ahora en un lugar llamado Rinconada. La cabeza me explota. Pa
Viste como todo machao viste después de horas de cerveza y se confirma que no es la muerte la única igualadora, sino que un buen pedo también hace a todos los hombres parejos. Yo no lo miro, pues soy de aquellas personas que atraen a los machados como la mosca a la miel, y la verdad que no tengo mucha paciencia en este día. Sin embargo, y pese a mis gestos desalentadores se me acerca nomás. Con voz acervezada me dice:
- (M)Qué tiempo loco…
- (S)Mm…
- (M)Qué le parece este tiempo?
- (S) (como soy, en el fondo, un tipo amable le respondo y capaz, aunque lo dudo, se las tome) Sí, es un tiempo de mierda.
- (M)¿Y usted hace mucho que espera?
- (S) Lo suficiente….
- (M) Sí. El tiempo es loco.
- (S)Mm. Sí está cada vez más loco. Debe ser por la contaminación.
- (M) Al tiempo no lo afecta la contaminación. Son los hombres.
- (S) Y, sí. Es que no tenemos conciencia.
-( M) Justamente, ése es el problema, que somos demasiado conscientes.
- (S) Nooo, si tuviéramos conciencia no pasaría lo que pasa.
- (M) Es que el tiempo siempre pasa.
- (S) ¿?
- (M) Mírese usted, meta mirar el celular, para ver cómo se le pasa el tiempo.
Y después se fue… el muy hijo de puta.
Segunda escena
En un bar en los altos de una feria del centro de Jujuy, galería con ambición de shopping, pero feria nomás, tengo en frente de mí dos intentos de filósofos con un exceso de cerveza. La discusión se ha trascendido a sí misma como toda charla furiosa de machados y de la situación de la literatura y el arte en general en una pequeña ciudad en el margen del margen se ha pasado al destino, al libre albedrío

Afuera llueve, la ventana del bar da a la calle, en la ciudad la lluvia se queda como si no tuviera otra cosa que hacer u otro lugar que visitar. Olores nuevos y viejos invaden las veredas y una humedad rancia como el tiempo, el mal tiempo, va verdeando las paredes.
Por suerte, las mujeres no dejan que el agua arruine la oportunidad de lucir las prendas que la industria ha pensado para el verano. Telas que confunden la piel, escotes sinuosos, indiscretos pantalones; todos adjetivos unidos al deseo que se pasea por las calles, inspirando a poetas y albañiles. Por las galerías de los shoppings jujeños, pasean su primor mujeres de toda laya y edad y no saben, pobres doncellas, que en un recodo del camino las pueden estar esperando masculinos ejemplares que sólo quieren llevarse como un trofeo, su pureza.
Estoy pensando si no sería mejor dejar a estos machados y su discusión e irme a mirar algunos trastes por ahí. Pero por lo que se ve: la lluvia no afloja. Entre unos autos, un vendedor algo ofrece y por la vereda del frente avanza una de esas mujeres que no quita el aliento, pero que merece ser mirada. El busca también va a esa vereda. Si mi geometría no está equivocada, los pasos de uno y otro, mujer y hombre, se encontrarán en un punto donde las rectas no escapan. Los machados ya están gritando y el mozo se acerca a pedirles compostura. Casi al borde del encuentro, afuera, en la lluvia, ellos se miran y no detienen sus pasos. Un machado dice que no es posible decidir y el otro porfía que sí. Un auto pasa, pisa un bache y moja a la mujer. Una viejita llama a los gritos al vendedor. Cada uno, hombre y mujer, toman otra recta y cupido se guarda la flecha, el carcaj y se viene a tomar otra cerveza conmigo. Uno de los machados introduce el tema de la existencia de Dios.
Tercera escena
Para variar estoy esperando un colectivo, ahora en un lugar llamado Rinconada. La cabeza me explota. Pa
rece que me ha subido la presión.
Son las diez de la noche y el que debía llegar a las ocho no asoma las luces por ningún lado. Ya he aprendido la lección de la espera, pero no puedo evitar la impaciencia. La cabeza me duele como si no tuviera otra cosa que hacer. Y espero. A esta hora nadie más que yo espera. Todos están es su casa, que no es cosa de estar a la intemperie aquí, a esta hora. Por la esquina aparece Martínez, un machao histórico. Antes, él tomaba porque sí, pero desde hace dos años, desde que se le murió la mujer, toma por tristeza. Me preparo para la inevitable charla (creo que ya dije… qué solos estamos en la plaza). Martínez se me acerca y me da su mano, que más que mano es una pala de changarín, por tamaño y uso. Mide más de uno noventa y no es cuestión de rechazarlo, no vaya a ser cosa que se enoje. Con unos ojos que sólo conocen del tinto vino, me mira y decide que estoy enfermo. En ese momento me confiesa su secreto. Él pudo haber curado a su mujer, puesto que él tiene manos que curan. Y sin embargo no lo hizo. Sin darme tiempo a preguntar, me dice que ella ya no lo quería y prefería irse y entonces él la dejó ir. Yo le digo que no se haga la cabeza, que su mujer se fue porque Dios lo quiso así. Él se ríe y sin darme tiempo a nada me agarra la cabeza. Con sus pulgares me aprieta los ojos. Siento que un agua fresca entra por ellos. El dolor intenta escapar pero no puede evitar ser atrapado por la corriente y desaparece. El cuerpo se me llena de energía. Y sólo cuando ya no existe ningún dolor, Martínez me suelta. Abro los ojos y lo veo, ahora más pequeño y consumido. Con una sonrisa se despide y se va a tomar unos vinos a la Martita. El cole ya está llegando y yo no espero.
Son las diez de la noche y el que debía llegar a las ocho no asoma las luces por ningún lado. Ya he aprendido la lección de la espera, pero no puedo evitar la impaciencia. La cabeza me duele como si no tuviera otra cosa que hacer. Y espero. A esta hora nadie más que yo espera. Todos están es su casa, que no es cosa de estar a la intemperie aquí, a esta hora. Por la esquina aparece Martínez, un machao histórico. Antes, él tomaba porque sí, pero desde hace dos años, desde que se le murió la mujer, toma por tristeza. Me preparo para la inevitable charla (creo que ya dije… qué solos estamos en la plaza). Martínez se me acerca y me da su mano, que más que mano es una pala de changarín, por tamaño y uso. Mide más de uno noventa y no es cuestión de rechazarlo, no vaya a ser cosa que se enoje. Con unos ojos que sólo conocen del tinto vino, me mira y decide que estoy enfermo. En ese momento me confiesa su secreto. Él pudo haber curado a su mujer, puesto que él tiene manos que curan. Y sin embargo no lo hizo. Sin darme tiempo a preguntar, me dice que ella ya no lo quería y prefería irse y entonces él la dejó ir. Yo le digo que no se haga la cabeza, que su mujer se fue porque Dios lo quiso así. Él se ríe y sin darme tiempo a nada me agarra la cabeza. Con sus pulgares me aprieta los ojos. Siento que un agua fresca entra por ellos. El dolor intenta escapar pero no puede evitar ser atrapado por la corriente y desaparece. El cuerpo se me llena de energía. Y sólo cuando ya no existe ningún dolor, Martínez me suelta. Abro los ojos y lo veo, ahora más pequeño y consumido. Con una sonrisa se despide y se va a tomar unos vinos a la Martita. El cole ya está llegando y yo no espero.
Tuta Albarracín.
2 comentarios:
hola amigos de INTROVENOSA la verdad estoy disfrutando la visita a su blog, llegue grax a un link del amigo Carlos Aldazabal, con quien estuve en San luis la semana pasada y formamos el proyecto de escritores itinerantes, los invito a pasar por http://escritoresitinerantes.blogspot.com/
o por mi blogcete
http://ahoraloentiendotodo.blogspot.com/
recibire de buenas cualquier info
un abrazo
adrian salas
Hace ya bastante tiempo que tenía pensado dejar este comentario.
Me gustó mucho tu tx Tuta Albarracín, me gustó el humor delicado y la ironía certera de tus frases como dichas al pasar, pero que llevan implícita una crítica "una resignación que me inventaron" lo cual permite varias lecturas y eso está muy bien, porque además al no explicar demasiado le das más trabajo al lector lo cual hace más interesante la lectura.
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